viernes, 12 de diciembre de 2014

Humor

El presidente de EE.UU. Ronald Reagan, dotado de un indiscutible sentido del humor, viaja a Japón para dar una charla. Durante su conferencia, suelta una broma. El traductor la transmite inmediatamente a la audiencia y el público nipón estalla en una risa fragorosa. Reagan, terminada su intervención, quiere felicitar personalmente al traductor y le pregunta cómo ha hecho para interpretar tan bien el sentido de su chiste norteamericano a los japoneses. Este, un tanto, incómodo, le contesta: "Pero, señor presidente, yo no he traducido nada. Simplemente les dije que había contado un chiste". 

Este ejemplo está sacado de un estudio del profesor holandés Gert Jan Hofstede, que ha dedicado años a estudiar cómo cambia el sentido del humor según la zona geográfica a la que nos referimos. Los expertos ni se ponen de acuerdo sobre qué es el humor o el sentido del humor. Sobre un punto sí hay consenso: parece algo inherente a cada cultura: los judíos o los escoceses hacen muchas bromas sobre ellos mismos, pero los japoneses, no.
"El humor refleja comportamientos humanos. Y en cada sociedad el humor tiende a centrarse en los elementos salientes de la cultura de esta misma sociedad" confirma Hofstede. De hecho, hay toda una legión de cómicos que son muy populares en su país, pero que fuera de sus fronteras nadie ha oído hablar de ellos. Cantinflas es casi un desconocido fuera de Iberoamérica; Lenny Bruce, el monologuista estadounidense que causó muchos escándalos, ha tenido poco éxito en Europa; Torrente es un nombre que no dice nada en muchos países europeos; el personaje de Fantozzi, un auténtico fenómeno de culto en Italia, es un objeto misterioso en el resto del mundo y Totó, que protagonizó centenares de películas italianas y trabajó con Pasolini, tiene un sentido de humor prácticamente intraducible.

El inglés se basa más en la ironía y en el juego intelectual. Los ingleses lo utilizan para llamar la atención, como forma de presumir de un estatus, y poco importa si sea gracioso o no: les ayuda a superar la situación. El español, en cambio, es más un humor centrado en uno mismo, con dobles sentidos y con muchos chistes.
Hay aspectos transversales que hacen reír a las personas en diferentes culturas, como el ridículo de otros, la ruptura de tabúes sexuales y escatológicos, los insultos, la violencia, la burla, la payasada o imitaciones satíricas.
Como regla, el chiste tiene más gracia en el país donde hay el tabú que se pretende romper o atacar. Por eso los chistes sobre el Papa son frecuentes y populares en Italia o Irlanda, pero a lo mejor en otras culturas no tienen tanto éxito.

Se puede mencionar al patrón del estúpido. En España, sería el lepero. Para los franceses, son los belgas. Para los estadounidenses, los polacos. Para los ingleses, el irlandés. Para los italianos, el carabiniere (el guardia civil, que tradicionalmente siempre era un inmigrante del sur). Otro modelo frecuente es el del agarrado. Según los países, son los escoceses, catalanes, genoveses… Los chistes son casi idénticos, basta cambiar de nombre.

Los habitantes de los Países Bajos son mayoritariamente gente alegre y optimista, de manera que su humor no suele ser ni negro ni político, más bien se centra en las pequeñas comedias y tragedias de la vida cotidiana. Son muy capaces de reírse de sí mismos, que es uno de los índices de salud mental más altos que se conocen.

El problema con el humor es que resulta muy difícil, para no decir casi imposible de traducir, y eso explica que muchos escritores humorísticos justamente famosos en su idioma nos parecen sosos o insípidos cuando los leemos en el nuestro, por muy buena que sea la voluntad puesta en el empeño por los traductores.


F. Javier Moya Serrano

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