jueves, 4 de diciembre de 2014

Los nombres propios ¿Los traduzco o no los traduzco?

¿Cuántas veces has viajado a otro país y has aborrecido que tradujeran tu nombre? Muchas personas piensan que los nombres son algo que no se debería traducir de un idioma a otro, aunque tengan sus versiones correspondientes. Es muy curiosa la traducción de los nombres de un código a otro. En esta entrada damos unos cuantos ejemplos de ello.

La traducción de los nombres propios en las obras literarias es algo ambiguo. A lo largo de los siglos, se han dado casos de traducciones de los nombres de los propios autores, incluso en algunos casos se han atrevido a traducir el apellido. Del mismo modo, hay autores cuyos nombres se han mantenido en la lengua original, como en el caso de Miguel de Cervantes.

Hoy en día, ya no se suelen adaptar, es decir, los nombres de los autores conservan su forma original en su lengua materna. Aunque, cómo no, siempre hay algunas excepciones como los nombres de reyes y de personajes de la nobleza (como la reina Isabel de Inglaterra), el Papa (Juan Pablo ii, Benedicto xvi) o algunos políticos.

Pero el caso de la ficción, el que nos interesa, es muy distinto. Mientras que algunos nombres son solamente superficiales y sin importancia, otros nombres se han adjudicado a los personajes porque guardan un significado. Por ejemplo, nombres como Albus Dumbledore (blanco en latín) o Draco Malfoy (cuyo nombre proviene del griego δρακων /drakon/ que significa serpiente y posteriormente evolucionará a dragón, que además es una constelación, y su apellido significa mal fario en francés) no se han traducido al español, aunque en otros casos en la misma novela se han traducido otros nombres para adaptar el valor significativo que tienen, por ejemplo el nombre Tom Marvolo Riddle en inglés es el anagrama de «I am Lord Voldemort» pero en castellano se producen algunos cambios y queda Tom Sorvolo Ryddle para que se pueda traducir la frase a «Soy Lord Voldemort»

















Muchos traductores prefieren no manipularlos aunque esto crea una gran dificultad para el lector que no conoce la lengua originaria. Por otra parte, otros creen que esta carga simbólica que llevan, ya sea fonética o semántica, debe de ser adaptada a la lengua receptora. Hay muchísimos ejemplos en la novela moderna. En la trilogía El ángel de la noche, del autor de fantasía medieval Brent Weeks, el protagonista se llama Kylar, que en inglés tiene una proximidad fonética con killer, que significa asesino. El que no conoce el inglés mínimamente, no entenderá este juego fonético creado por el escritor estadounidense. En este caso, el traductor optó por colocar una nota a pie de página.



Los nombres propios se pueden traducir, por lo tanto, de distintas formas:
1.     Una primera consiste simplemente en transcribir, adaptar las grafías a la fonética de la lengua de llegada. Como, por ejemplo, Cho Chang, al pasar al catalán, se convierte en Xo Xang.
2.     En otra ni siquiera se traducen estas grafías. El nombre se deja tal y como está. Hay veces en las que se intenta transferir el significado (como es el caso de Neverland, que se traduce a País de Nunca Jamás). Como en el ejemplo de El ángel de la noche, hay veces que el traductor prefiere usar las anotaciones externas al nombre.
Se puede afirmar que la traducción de los nombres propios es algo que se debe tomar muy en cuenta y que es una difícil decisión que depende muchas veces de la posición personal del traductor.

Paula Máñez Masià

No hay comentarios:

Publicar un comentario